LA CENA
Te observo a través del tembloroso aire que asciende desde las tres velas que adornan el centro de mesa. El mantel blanco, salpicado de platos, cubiertos, copas, se me antoja una pista llena de obstáculos que mi mano debe sortear para llegar a agarrar tu muñeca. En lugar de eso prefiero volar. Mi mirada vuela hacia ti, directa, rápida, infalible, como un halcón cerniéndose sobre su presa. La vela más alta tiembla, en consonancia con tu cuerpo, en el preciso instante en que te percatas de que te estoy mirando de una manera diferente.
Nunca me canso de disfrutar con la involuntaria reacción de tu piel, de tus labios, de tus ojos, de tu pecho, cuando te das cuenta de que deseo ejercer mi posesión sobre ti. Te pones en guardia, atenta, como un cervatillo que ha percibido, en medio de la fronda, el olor del depredador. Tus mejillas se encienden, tu respiración se detiene un instante antes de acelerarse, casi puedo sentir como tu corazón se encoge, como ese cervatillo que tensa sus patas justo antes de impulsarse como un resorte para huir; noto como tus ojos se abren, tu piel se eriza, tus labios se entreabren como para decir algo aunque siempre quedan mudos. Sí, ¡ya lo creo!, disfruto observándo cómo, finalmente, empiezas a revolverte nerviosa en la silla, no puedes evitarlo, tu cuerpo es una marioneta en mi poder, responde a mis deseos y tú no puedes hacer nada por evitarlo. Como colofón al cuadro que con una sola mirada he pintado en tu piel y en tus entrañas, ese movimiento de tu culo en la silla que indica que estás mojada pone la rubrica final a mi firma. Y tú sabes que yo lo sé, que tu cuerpo ha reaccionado justo como yo lo deseaba, y el hecho de que él responda involuntariamente a mis deseos, el hecho de que para mí sea tan fácil tocar los resortes y las teclas de tus sentidos, hace que te mojes aún más.
.- ¿Te encuentras bien? Te noto alterada.
.- Me encuentro bien, mi Rey – utilizas el apelativo que acordamos cuando no puedes llamarme “Amo” en público. Nos permite disfrutar de nuestra deliciosa y perversa complicidad en mitad de la muchedumbre ignorante, el hecho de quede un poco empalagoso nos divierte aún más.
.- No sé, me da la impresión de que te pasa algo.
.- No me pasa nada malo, mi Rey.
.- Vamos a comprobarlo.- proyecto estas palabras en voz baja y grave, echando la cabeza hacia delante y hacia abajo, haciendo temblar las tres velas.
Con parsimonia tomo la cucharilla de postre que se encuentra tituada entre el bajoplato dorado y las copas. La levanto muy lentamente sin dejar de mirarte y se produce un leve tintineo al roce del metal con el vidrio de una de las copas; es curioso, el restaurante está repleto, se escucha el bullicio y el parloteo típicos de un local español, sin embargo, el sutil campaneo de la cucharilla hace que pegues un brinco en la silla.
.- Vamos a probar si de verdad estás bien. Para evaluar el estado de una persona enferma es muy recomendable analizar el estado de los humores y fluidos que genera su cuerpo – Digo en un falso tono académico mientras clavo en ti mi mirada más feroz – Así que vamos a probar alguno de esos fluidos. Toma esta cucharilla y dame una muestra de ese néctar que está manando en este momento entre tus piernas.
.- Sí, mi Rey – tu voz se quiebra, coges temblorosa el improvisado intrumento ginecológico y haces ademán de levantarte.
.- ¿A dónde crees que vas? – Mi pregunta, en un tono ligeramente elevado hace que los comensales que se encuentran en la mesa más cercana enmudezcan durante un instante y muevan instintiva e imperceptiblemente la vista hacia nosotros.
.- Voy al baño, Rey mio – me dices con fingida dulzura sin poder evitar mirar furtivamente a nuestros vecinos.
.- No te he dicho que lo hagas en el baño.
De repente comprendes mis intenciones, maquinalmente miras alrededor para comprobar cómo son los manteles de las mesas y horrorizada compruebas que no llegan al suelo, en algunas mesas, simplemente, hay dispuestos unos sencillos caminos de terciopelo adornando el roble desnudo de los tableros. Afortunadamente para ti nuestra mesa es de las que tiene mantel, aunque corto.
Me miras entre horrorizada, suplicante y excitada. Me dispongo a disfrutar del espectáculo. Lentamente, como si esperaras que al dilatar el momento durante el tiempo suficiente yo fuera a perder el interés, vas deslizando la cucharilla oculta en tu mano izquierda, no eres zurda pero es la que queda del lado de la pared forrada de madera junto a la cual se encuentra dispuesta nuestra mesa. En el momento en que tu mano desaparece bajo la mesa, bajas tu mirada, como si pretendieras esconder todo tu ser.
.- No dejes de mirarme.
El color de tu rostro rivaliza con el de la ensalada de tomates con albahaca que lentamente se marchita en tu plato. Me miras, con esa mirada que tanto me gusta, mezcla de desafío, determinación y miedo. Un cóctel embriagador. Hay quien disfruta descrubriendo los infinitos matices de un vino, yo disfruto degustando tus emociones y tus reacciones. Soy el gourmet de tu sensualidad.
Tras una espera que se me antoja eterna llega el estremecimiento que te produce el contacto del metal, tibio tras el contacto con tu mano pero con total seguridad no tan ardiente como tu sexo. Me sostienes la mirada pero no puedes evitar parpadear nerviosamente. Tienes los labios secos, entreabiertos, y tu aliento, aunque leve, hace titilar la vela más alta.
Justo en ese momento se acerca el camarero.
.- ¿Algún problema con la ensalada, señora?.
Pegas un violento respingo sobre tu silla, como un estudiante al que le han pillado copiando en un exámen.
.- No se preocupe – respondo yo – la – hago una breve pausa antes de pronunciar, casi masticando, la siguiente palabra – “señora” está disfrutando tanto de la ensalada que se está tomando su tiempo en degustarla.
.- Muy bien señor. ¿Todo a su gusto?.
.- Sí, muchas gracias, estoy deseando probar el segundo plato – Digo mientras te miro.
El camarero da media vuelta y aprovechas el momento, usando su cuerpo a modo de protector biombo, para extraer la cucharilla de su cálida ubicación, a resguardo de miradas ajenas. Temblando, me la ofreces y bajas la mirada.
.- Como vuelvas a bajar la mirada sin permiso no vas a poder ir a la piscina en varios dias de las marcas que te voy a dejar en el culo en cuanto lleguemos a casa. – Mis palabras, disparadas sin una pausa, como una ráfaga de ametralladora, contrastan con el tono en que las digo, bajo y susurrante.
Vuelves a levantar los ojos, sostienes la cucharilla y mi mirada, sabiendo lo vergonzosa que eres sé que es un peso enorme y me siento orgulloso de tu obediencia. Con delicadeza, tomo la cucharilla con mi mano derecha, la acerco a mi nariz, como si estuviera oliendo el corcho de un vino recién abierto. Huele a ti. Sin dejar de mirarte dirijo la cucharilla a mis labios y sacando ligeramente la lengua, la lamo, como si la besara levemente, antes de introducirmela por completo y degustar tu esencia. Mientras lo hago descubro ese brillo de orgullosa lujuria en tus ojos, por un momento creo ver en ellos el reflejo de cuatro velas en lugar de tres.
Tras degustar tu néctar te devuelvo la cuchara y con un tono indiferente te digo:
.- De sabor está bastante bien, ahora es necesario comprobar el nivel – me miras aterrorizada, sin comprender.- ¿Sabes cómo se mide el nivel de un líquido, no? Por ejemplo, mmmm, veamos, ¿el nivel de aceite del motor de un coche?.
.- Amo, por favor – Estás tan asustada que hasta olvidas la palabra “Rey”.
.- Sólo quiero comprobar lo “bien” que estás, cariño, pero antes termínate la ensalada, necesitarás fuerzas; va a ser una noche muy larga, todavía nos quedan por delante el segundo plato y el postre, y creéme…
...estoy realmente ansioso por degustarlos.
Dedicado a mi naima{RVx}