SU MISIÓN
Cuando él oyó aquel sonido tan familiar y excitante, aquel sonido tan deseado, sabía que ella, por fin, había llegado.
Ella…
La lenta y rítmica cadencia de los tacones que él identificaba, largos y finos, le hacían estremecerse, como siempre, y adelantaba en su mente lo que a partir de ese momento habría de pasar.
Sabía que desde ese preciso instante ella estaba esperando su entrada en la celda. Pero él se sentía preparado. Llevaba horas preparado. Sabía muy bien lo que tenía que hacer.
Sabía que ella era presa, también, de la misma excitación que a él le embargaba y un escalofrío le recorrió el cuerpo.
Oía el sonido de los tacones, impacientes, nerviosos tacones ya, que auguraban una noche sin cuartel pero llena de sudor, insultos, latigazos, excitación, gemidos…
Se le reproducían en la imaginación el sonido de la fusta, el olor de la cera, la visión de sus pechos, el aroma de sus axilas, de sus jugos, el placer del dolor, los castigos y los premios, las humillaciones, esa mirada suya…
Seguro de sí mismo y con paso firme se dirigió a la celda.
Allí, ya descalza, sin tacones, ya desnuda, tumbada en el suelo, en actitud de completa sumisión, ella esperaba a su Amo.